(Amparo de la Gama) Luis Ortiz era uno de los hacedores más mediático de Marbella, quizás uno de
los bohemios más caros del mercado, entre príncipes centroeuropeos y
ceelbritis, que engrosaron lo que ahora, en el argot decadente de Marbella, se
denomina la “Jet Set”. Gunilla y Luis eran los supervivientes de esa rara
estirpe y sabían que ya no hay gente así. Ni en Marbella, ni en ningún sitio.
Una raza que está a punto de extinguirse y que a pesar de los pesares no deja
que decaiga el baile. El aristócrata, haciendo gala de una tranquilidad bíblica,
de la que careció en otros tiempos, se fue dejando en cueros una ciudad, a la
que se le acabo el glamour y solo vive a golpe de billeteras de rusos, árabes y
suecos, esos que con su “parné” intentan ser algo. Desde que Luis, un chico
gracioso y “bien pintao, conquistó a Gunilla, bisnieta del canciller de hierro, Otto
von Bismarck, su fama creció en una dirección proporcional al amor de su
vida. Ahora, atrás quedaron aquellos años 70, en los que todo el mundo
temblaba cuando aparecían en escena los temibles Choris, y Luis era uno de
ellos. Ya apenas queda nada del frugal escenario de entonces. Por caer, hasta
ha caído bajo las excavadoras, el sitio de recreo de la famosa panda canalla de
los “Choris”, el singular chiringuito “El Pureta”, ahora lleno de guiris a modo de
“Beach Club”. Se acabaron esos huevos fritos con chorizo y pimientos, que
Luis inmortalizo a pie de playa. El aristócrata empezó haciendo de todo, y
ahora cuando ha vuelto a la nada, su nombre sigue llenando los espacios de
esa Marbella hueca, a la que le pesan los vacíos, de los que se van y con su
ida, arrebatan la auténtica esencia de su época dorada. Los Choris eran unos
empresarios singulares a los que les pertenecía la noche marbellí. Luis hasta el
último momento ha seguido recordando la que para él fue su mejor juerga: "Fue
American Grafiti, en casa de Manolo González. Duró tres días y asistieron
2.000 invitados". Y es que hubo un tiempo en que Gunilla von Bismarck y Luis
Ortiz, dedicaban sus días a dormir y sus noches a ir de fiesta en fiesta. Era la
de esa Marbella delirante, en la que todo podía ocurrir. Hoy, la reina de la jet, la
abanderada de la “belle epoque”, solo llora de dolor, por la ida de su
compañero de andanzas. Hace muy poco, ella misma nos decía a La Razón:
“He cambiado menos físicamente que por dentro. En mi interior estoy más
tranquila y soy más crítica. No me gusta el mundo de hoy. En los 70 y 80 todo
era más alegre, hoy… todo es mucho más feo".
La historia de amor de Luis y Gunilla siempre ha sido de ida y vuelta. Y juntos
hacían el tándem perfecto. Gunilla no se aburre de decir que no hay nadie, ni
habrá nunca, alguien como Luis: "Buena gente, decente, no distingue entre un
rey y un jornalero. Se ha ido mi todo”. La historia de Gunilla von Bismarck y
Luis Ortiz daría para una novela. Luis era contundente, cuando nos hacía saber
que: “Si yo no fuera por Gunilla estaría muerto hace mucho tiempo”. Me
encauzó la vida y me aportó disciplina: "Antes de ella, no tenía ni horario ni
calendario". Pareja emblemática con boda en el castillo de Friedrichsruh y
media vida rodeados de todo tipo de lujos y de bon vibre.
Hubertus: “Luis representaba esa Marbella, libre y hippie”
Hubertus de Hohenlohe, íntimo de los Bismark, declara a nuestro medio que no
se iba a olvidar nunca, que el primer beso que dio a una chica, lo hizo en una
fiesta de Luis y los Choris, con Barrabas en el Marbella Club. “El representaba
esa Marbella, libre y hippie. Ha sido un compañero de vida muy cool, para
Gunilla. Y le enseño a una alemana lo que era un español de verdad. Desde
que vi la pareja que hacían, yo siempre quise tener una rubia como Gunilla… Y
ahora la tengo y es Simona”. Era la época del Mau-Mau", las fiestas que se
hacían en la recién inaugurada boîte en el Marbella Club que no tenían
parangón. Cayetana de alba aparecía siempre discreta entre todo el oropel que
envolvía entonces a la ciudad. No faltaban Tita Cervera, Lola Flores y todo un
listado de la época que morían por el flamenquito y una buena rumbita. La
noche fue el hábitat natural de Luis y su pandilla canalla, y pronto se
convirtieron en la salsa de todas las fiestas. “Éramos divertidos e interesantes.
No había una celebración a la que no nos invitaran. Hacíamos reír a todo el
mundo. Ese era nuestro cache que éramos simpáticos y guapos” nos decía. De
una familia de padre censor, el sabedor de que la memoria no da marcha atrás,
fue todo lo contrario. Se rodeó de gente que le quería y él, generoso consigo
mismo, se dejaba querer. Luis Ortiz siempre huyo de esa Marbella de apellidos
sonoros y figurantes simétricos, que abrían sus casas cortadas por el mismo
patrón, a los vecinos residuales de la extinta beautiful people. Él no era así.
Junto a Gunilla, abría su templo “Casa Anina”, adherida al Marbella Club y
ahora propiedad del hotel, para enseñarnos en un reportaje al cerdito Bonsái
campando por el jardín. Y esa afición, la mantuvo hasta el final de sus días, con
la cerdita Emma, una gorrinita que era una más en la casa de Istan, subida en
el sofá donde, el Ortiz más aristocrático de la sociedad marbellí, pasó sus
últimos momentos. Cuando la decadencia, empezó a filtrarse por todos los
poros del emporio marbellí, Gunillla y Luis se trasladaron a la loma de oro de
Istan. Nunca los comportamientos impostados fueron lo suyo y ahora a los pies
del mediterráneo, en esa loma que huele a acebuches y limoneros, reposaran
las cenizas, del ilustre que acompañaran a la valquiria de oro por el resto de los
siglos.